Cómo NO escribir una novela (II) El desenlace.


Seguimos con los consejos para no escribir una novela, o lo que es lo mismo, lo que hay que hacer para que el editor al que le presentemos nuestro manuscrito lo envíe directamente a la trituradora de papel. En esta ocasión veremos los errores más típicos que los escritores primerizos cometen a la hora de finalizar una novela.

Todo iba bien. Nos estaba saliendo una buena novela, con un inicio prometedor, una trama sólida y bien estructurada y unos personajes creibles. ¿Qué mejor momento para fastidiarlo todo que el final? Esto es lo que deberíamos evitar:

- El final tramposo o Deus ex machina
El autor hace trampas: inventa situaciones disparatadas, introduce por sorpresa elementos no mencionados previamente o cambia las reglas que habían gobernado la trama hasta el momento.

- La omisión fatal.
El autor omite, voluntaria o involuntariamente, pasos cruciales que conducen al desenlace. Y no vale con subterfugios tipo: "largas conversaciones conducieron a ..." o "era como si se hubiera convertido en otra persona". Hay que narrarlo todo.

- Las desapariciones absurdas.
A veces, un autor no sabe que hacer con un personaje que ha intervenido en la trama. lo más fácil entonces es que lo haga desaparecer de manera apresurada, lo mate o haga que se suicide, o simplemente que no lo mencione más. Ojo con esos errores: al lector le quedará la sensación de que algo ha quedado por explicar.

- El desenlace que se comió a la trama.
Puede suceder que, llegado el final, el autor se de cuenta de que algo no ha quedado lo suficientemente explicado. La tentación entonces, sobre todo en novelas de intriga o policíacas, es plantear una subtrama final que no es más que otra novela condensada, y que en vez de aclarar como pretende confunde mucho más al sufrido lector.

- Un final moralizante.
Un error habitual, sobre todo si estamos delante de un autor novel, es que a éste le asalte la tentación de dejar claras todas las ideas filosóficas o éticas con las que nos ha ido obsequiando a lo largo de la novela, convietiendo el final en un batiburrillo moralizante bastante indigesto. Por suerte, la solución es sencilla: todo fuera.

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